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Ana Aravena: “mi patria adoptiva es Berlín”

La arquitecta chilena Ana Aravena llegó a Berlín en 1994 cuando la capital alemana vivía un auge en la construcción. Venía de Madrid adonde se había refugiado siete años antes de la dictadura militar en su país.

Ana Aravena Gross (Valparaíso, 1964) no tuvo ningún problema para integrarse en la vida de la capital alemana, pese a que no hablaba alemán. Tenía 29 años y la motivó ser aceptada en la Universidad Técnica de Berlín y comenzar a trabajar en un estudio de arquitectos, en donde su trabajo era dibujar. Llegó con su hija Luna, que entonces tenía un año y medio, de la mano del papá de ésta, un estudiante de arquitectura alemán que había conocido en un encuentro de estudiantes de arquitectura europeos en 1991 en Moscú.

Ana había salido de Chile en 1987 huyendo de la dictadura militar. Llegó a Madrid con la idea de quedarse un año mientras la situación política se tranquilizaba.

“Fui detenida con mi marido de aquel entonces y a raíz de esa detención nos aconsejaron abandonar el país durante un tiempo, hasta que las circunstancias por las que fuimos detenidos se calmaran. La idea era irse un año, entre tanto ya llevo 23 años fuera”, dice con un suave acento chileno.

El dolor del exilio

Ana recuerda esos años con un cierto dolor, con el dolor del desterrado, del exiliado que en contra de su voluntad, se ve obligado a abandonar su patria. Adaptarse a vivir en España no le resultó fácil. A pesar de que se habla el mismo idioma, la cultura es muy diferente. “Yo me sentí sacada por la fuerza. Esa fue una situación primera y luego que no hubiera tanto parecido entre España y Chile fue la segunda. Nos une el idioma, pero aún ahí hay muchas diferencias”, dice.

A la joven estudiante de arquitectura le costó mucho trabajo aceptar que no podía volver a Chile, eso fue para ella como una herida abierta durante muchos años. Mientras que la emigración de Santiago de Chile a Madrid supuso un choque cultural, el traslado de Madrid a Berlín fue mucho más fácil, tal vez porque fue una decisión voluntaria y por ello se sentía más motivada.

“Me gusta mucho vivir en Berlín, aquí he encontrado, no sé si una nueva patria, pero vivo muy bien y me gusta mucho. Me siento bien como extranjera y tal vez esa fue la dificultad en España, donde vivir como extranjero no era tan fácil, no había una cultura de recibir a un extranjero, sin embargo en Berlín siento que tengo muchas oportunidades para aportar desde mi ser extranjero”, subraya.

Con Lara Malina llegó un trabajo estable

El nacimiento de su segunda hija, Lara Malina, coincidió con su ingreso a un estudio de arquitectos berlinés especializado en la construcción de viviendas de bajo consumo energético, donde trabaja desde entonces.

Ya se había titulado y sabía que tenía que encontrar un trabajo que le permitiera tener suficiente tiempo para criar a su hija que acababa de nacer. “No tengo un trabajo como muchos arquitectos que trabajan los fines de semana o en la noche. Nunca podría hacer eso porque no tengo una familia que me apoye para criar a mis hijas”, destaca.

Trabaja como arquitecta independiente, no tiene un horario fijo sino objetivos que cumplir, lo que le permite hacer el malabarismo de buscar un equilibrio entre su vida profesional y familiar.

Si el tiempo lo permite viaja a su trabajo en bicicleta. Heinhaus Architekten tiene un equipo de cuatro arquitectos que se reparten el trabajo en función de las fortalezas de cada quien. Cuando Ana comenzó a trabajar aquí la construcción de viviendas de bajo consumo energético ya era un tema importante, pero entre tanto las nuevas construcciones son impensables de otra forma. “Los últimos dos proyectos que están en obra fueron planeados y construídos con un estándard que se llama “Pasivhaus” (Casa pasiva) que tiene un consumo de energía cero”, explica.

Agitada vida familiar

A Ana le gusta mucho su trabajo, y algo que aprecia en particular, es que está cerca de su casa, donde le espera una agitada vida privada en el barrio de Prenzlauer Berg. Vive con Gerald, el padre de su hija Lara Malina, de 8 años de edad, y su hija Luna, de 18. Aunque Gerald es alemán, ya aprendió a hablar en español. Luna fue a una escuela bilingüe español-alemán e incluso hizo una pasantía en Chile, Lara Malina fue a un jardín de niños bilingüe así que en casa se hablan ambas lenguas.

Luna está últimamente muy ocupada preparando su Abitur, su título de Bachillerato. Lara Malina tiene más tiempo y toma clases de Karate, igual que su mamá. Pero el pasatiempo familiar podría decirse que es la música. Las dos niñas tocan el piano y Ana canta en un coro, donde ha encontrado muchos amigos de distintos países latinoamericanos con los que ha procurado crear lo que ella llama “un espacio libre de acentos”.

Los padres de Ana, Margarita y Harry los visitan una vez al año. Poco después de que ella abandonara Chile sus padres y su hermana emigraron a Estados Unidos, viven en Nueva Jersey. A Ana le gusta cocinar y cuando tiene tiempo se sumerge en la lectura de un buen libro. Recomienda a Roberto Bolaño, Luis Sepúlveda y Roberto Ampuero, pero también las novelas históricas del alemán Lion Feuchtwanger.

“Berlín es una ciudad muy especial y me gusta mucho que mis hijas hayan crecido aquí, me siento feliz donde vivo pero la vida es un proceso, no sé si seguiré aquí dentro de diez años, veo el futuro abierto, con muchas posibilidades”, dice y explica que el exilio ha significado una herida que después de 23 años está cicatrizando. “No es que quiera volver a Chile mañana, pero volver es una posibilidad muy grande”, concluye.

Autora: Eva Usi
Editora: Claudia Herrera Pahl

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