Costurera, diseñadora de vestuario, constructora de objetos y maquetas, tanguera, artista, dependienta en un café: Victoria Bürgin la argentino-alemana o germano-argentina vive en Hamburgo y es muchas mujeres a la vez.
“En mi casa, con mi mamá, hablábamos mezclado, alemán-castellano, y mis amigos traducían que decíamos ‘jasa-jasa-colchón, jasa-jasa-heladera’. Era una lengua impensable de hablar”, cuenta Victoria Bürgin en español, con fuerte dejo argentino. Ella nació en Buenos Aires hace treinta años y se estableció en Alemania en el 2003. Emprendió –en cierta forma– el viaje de regreso de sus antepasados. Sus bisabuelos, de origen germano, austríaco, húngaro y sirio, habían ido a parar a Argentina en los albores de la segunda Guerra Mundial.
Los abuelos de habla alemana mantuvieron a la familia bicultural y bilingüe. Y el abuelo sirio, educado en un internado inglés, insistió incluso en un tercer idioma para la casa materna. “Mi mamá hablaba muy buen inglés pero el mío no es muy bueno”, se ríe Victoria que –como sus padres– estudió la escuela primaria en un colegio alemán.
“Cuando llegué trabajé en un restaurante, en una panadería, después de niñera”. Establecerse legalmente no fue un problema, pues tenía un pasaporte alemán, además del argentino. Pero el primer año lo pasó buscando “dónde estudiar qué cosa”, hasta que un viejo amigo la llevó a la Oficina de Trabajo en busca de orientación sobre los diferentes tipos de enseñanza técnica o universitaria: “no encontraba porque no conocía las terminologías en alemán ni a nadie acá que supiera del tema”.
Victoria había estado en el sur de Alemania a los 18, en su primer viaje a Europa, después de la muerte de su madre. En Múnich perfeccionó su alemán y planeó venirse a un posgrado al terminar la carrera de diseño de modas y los cursos de vestuario y maquillaje teatral del Teatro San Martín. Pero los ahorros comenzaron a mermar con la crisis argentina del 2001. Así que se vino en el 2003, antes que el dólar siguiese derrotando al peso. Y esta vez se decidió por Hamburgo.
Estudió “Diseño de Vestuario” para cine, televisión, teatro, ópera y ballet, mientras se ganaba la vida cosiendo para la empresa de trajes y sombreros de uno de sus profesores. Por esa época conoció a Carlos, un socioeconomista argentino con el que compartió su vida cinco años y medio en la “calle de los búhos” cerca del río Elba.
Ahora hace un año que comparte el apartamento con Esther, una amiga. En el sótano –con ventanas al movimiento constante de la acera– comparte además un atelier con otros amigos. Intercambian ideas y organizan ferias y exposiciones para mostrar y vender sus creaciones. Con Angie, argentina y artista del collage, se juntan además una vez por semana con las mujeres de “Manos Migrantes” –latinas que se apoyan para desarrollar sus habilidades laborales en microempresas o como independientes. Para Victoria, que adora los motivos de insectos, “abejea” entre dos máquinas de coser, alfileteros y prendedores de colores, armarios y cajas con sus diseños textiles, libros de arquitectura y música de Buenos Aires. En una gran foto panorámica, decenas de parejas bailan tango en las calles de la ciudad y ella baila con ellos. Fue en aquel semestre en su urbe natal, mientras buscaba inspiración para los trajes y la maqueta de su tesis de diploma: “Buenos Aires como un tango: trajes e instalaciones de una ciudad y su cultura”.
“Vestuario fue una carrera en la que pude conocer distintas técnicas, trabajar con distintos materiales”. Victoria no se siente sólo diseñadora: “creo que construyo, construyo ropas, maquetas, objetos”. Sus diseños buscan soluciones al invierno alemán y recuerdan que es latina: cuellos, abrigos y chalecos de polar, “calentadores de pulso”, “calentadores de riñones”.
En el tiempo que le queda, juega voleibol, hace cursos de tango, pinta con temple de huevo y dibuja “modelos vivos”.
“Por mucho tiempo no me animé a pintar, porque para mí sólo los artistas podían pintar pero, en realidad, ¿quién es artista y quién no? Uno es lo que se cree que es”, dice convencida.
Por ahora, su “empleo fijo” no es como costurera, diseñadora o pintora, sino en la cafetería de una asociación cooperativa de comercio justo de café con América Latina: “El Rojito Café”. Con quienes lo coordinan y trabajan en él “formamos una gran familia a la que puedo acudir para cualquier cosa que necesite”.
A unos 40 minutos en auto, hacia el norte, vive una tía, un lazo cercano con Buenos Aires, donde quedaron sus hermanas, su padre, los viejos amigos. Paola –su mejor amiga en Hamburgo– acaba de volverse también a la capital argentina, después de probar suerte varios años en Alemania. “Al final lo hizo, recogió todo y se fue”, cuenta Victoria con nostalgia. Ella trata de pasar algunos meses al año en Buenos Aires, “pero mi vida es acá y el tiempo que me sienta bien acá, voy a estar acá”.
Después de haber crecido entre la cultura argentina y el esfuerzo familiar por mantener la cultura alemana en el extranjero, y tras vivir siete años en Hamburgo, Victoria Bürgin –que habla alemán con acento– se siente “90 por ciento argentina y 10 por ciento alemana”.