El golpe de Estado contra Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, dio paso a la mayor ola migratoria de la historia chilena. Se estima que unos 7.000 chilenos llegaron a Alemania huyendo de la dictadura, unos 4.000 fueron acogidos por la República Federal Alemana (RFA) y otros 3.000 encontraron asilo político en la extinta República Democrática Alemana (RDA).
Fue la primera vez que la sociedad alemana en ambos Estados tuvo contacto con un gran contingente de exiliados políticos latinoamericanos, al mismo tiempo, para muchos de aquellos chilenos que llegaban a tierras germanas era su primer viaje al extranjero.
Isidoro Bustos Valderrama se enteró de que su destino era Berlín Occidental en el mismo vuelo de Lufthansa que lo trajo a Alemania a finales de 1974. “No fue una decisión voluntaria, salí de Chile después de ser encarcelado por segunda ocasión y como resultado del esfuerzo de mucha gente”, recuerda.
“Al llegar a Alemania me encontré con que había una percepción muy negativa de lo que sucedía en Chile, y amplios sectores de la población apoyaban a los perseguidos de la dictadura militar”. Bustos Valderrama era funcionario en el Ministerio de Justicia durante el Gobierno de Allende y fue detenido por la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), que lo mantuvo recluido en distintos lugares durante más de un año. Conoció los campos de concentración y los centros de interrogatorios más connotados de la dictadura hasta que por presión de Amnistía Internacional logró salir del país.
“Mi primera obligación era impulsar un trabajo solidario hacia Chile, combatir las ilusiones de que la revolución estaba en marcha y de que la resistencia armada contra la dictadura terminaría derrotándola”, dice Bustos Valderrama.
Se desarrollaron en ambos Estados los grupos de solidaridad más diversos y algunos de ellos pensaban que podrían continuar la lucha y derrocar al régimen desde Alemania, explica Sebastian Thies, catedrático de la Universidad de Bielefeld. En dicha ciudad, en la parte occidental del país hubo en los años 70 y 80 una comunidad chilena muy activa agrupada en torno a la Igleisa Evangélica. El académico señala que algunos refugiados políticos recibieron entrenamiento militar en la RDA e incluso hubo quienes fueron enviados a Cuba para continuar su capacitación.
Entre las figuras más notables de la comunidad chilena se encuentra el escritor Antonio Skármeta que llegó a Berlín Occidental en 1975 como becario de la Academia Alemana de Intercambio Académico (DAAD), gracias a la cual escribió su primera novela Soñé que la nieve ardía. Skármeta volvió como Embajador de Chile a Berlín en el 2000, cargo que ejerció hasta el 2003. Desde la llegada de Patricio Aylwin y el inicio de la transición en1990 volvió a Chile la gran mayoría de exiliados.
La comunidad chilena sigue siendo, sin embargo, una de las más numerosas de Latinoamérica, después de la de Brasil y Cuba y actualmente cuenta con unas 10.000 personas distribuídas en todo el territorio alemán, aunque con concentraciones en las principales ciudades como son Berlín, Hamburgo, Colonia y Múnich. Esta cifra incluye también a la segunda generación, es decir, los que nacen en Alemania de padre o madre chilenos.
“Quien quiera experimentar a la Alemania tradicional, que venga a Múnich, quien prefiera un entorno más internacional y moderno yo le recomendaría el norte, Hamburgo”, dice el representante del Consulado General de Múnich, Felipe Ramírez. El diplomático, que lleva siete años en la capital bávara, sostiene que a partir de cinco años en una región, los chilenos adoptan las características de las comunidades en donde viven. ¿Cómo es un chileno bávaro? “Es más prudente y de modales más refinados que uno berlinés”, responde.
La actual migración chilena, según Ramírez la componen estudiantes que asisten a universidades alemanas, chilenos cuya pareja sentimental se encuentra en Alemania y una migración temporal de profesionales que trabajan en empresas germanas. También hay un reducido grupo de nacidos en comunidades alemanas en el sur de Chile, que hablan alemán y tienen los pasaportes chileno y alemán. “La mayoría son jóvenes que vienen a estudiar, trabajar y probar suerte”, dice.
Carlos Novoa es ejemplo de la nueva generación de chilenos que llegan al país europeo. El filósofo y pedagogo llegó por primera vez a Berlín durante un verano luminoso que lo cautivó en el 2001. Tenía amigos alemanes que conoció en Santiago de Chile, su ciudad natal.
Volvió en el 2002 a Berlín y vive ahora con su pareja alemana con quien tiene una hija de seis años. Carlos Novoa siente un vínculo afectivo con Berlín, ciudad que aprecia por su multiculturalidad, donde pese a todas las críticas existe “un bien común que es el espacio ciudadano berlinés”.
Pese a la distancia física entre Berlín y Santiago de Chile, existe para él una conexión que permite plantearse “una ciudadanía universal, algo así como la Aldea Global, el poderse vincular con más de un lugar a la vez”. El profesor de Filosofía estudió en Alemania ciencias cinematográficas y pedagogía y aspira volver a su país para dar cátedra en alguna universidad.
Novoa eligió estudiar filosofía por pasión, pese a que es tan redituable económicamente como ser misionero. El joven académico lamenta que en su país los jóvenes elijan una carrera en función de los ingresos que prometa. “No todo es mercancía ni puede negociarse en el mercado”, dice.